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III ESPEJO

Fabián, así decidieron nombrarme. Nací el 4 de mayo de 1992. Más que mi padre, era mi madre quien me anhelaba. ¿Su anhelo?: una proyección varonil, una idea de hombre; una idea cuya fragilidad empezó a diluirse desde el día que mis pasos me llevaron hacia el espejo.

El Espejo, o aquello que puede representar el símbolo del espejo, es uno de los primeros objetos en los que se halla el misterio del autoconocimiento. Allí se reproducen las primeras identificaciones; en sus representaciones halla lugar el interés que puede o no despertar ese rostro que me repite a mi rostro; ese rostro que me dibuja instantáneamente: fragmentado o entero; desnudo o enmascarado: siempre incompleto.

Frente al espejo aprendí a guardar mis secretos. ¿Cómplice? Si hablara, si proyectara lo que sabe de ti y de mí; la narrativa que ocultan nuestras inseguridades, nuestros miedos, nuestros bailes, nuestros deseos, se abriría una dimensión de espejos habitada por yoes multiplicados. Todo un paraíso circense; un paraíso habitado por seres desnudos y travestis; un paraíso decorado con dibujos, vestidos, trajes, telas y juguetes.

Mis primeras identificaciones frente al espejo tienen un momento clave: la edad de 4 años. Mi yo de aquel entonces, jugaba con muñecas y bailaba frente al espejo con un trapo en la cabeza:

¡VIOLENCIA!

La mamá lo regaña (…)

dice que ella no quiere un hijo MARICA

Ésta, es una anécdota crucial para la contemplación y lectura de este diario. Es allí, en donde encuentro nombre para esta obra: UN DIARIO MARICA. Hace parte de mi historia personal; es algo que viví cuando tuve 4 años de edad. Algo que fue registrado por una prima que cursaba pedagogía infantil en  el año 1996. En aquella época, ella debía elaborar un diario de campo sobre las vivencias de un niño. Me eligió a mí y en este diario narró mis primeras experiencias y escenas como la de mi madre negándose ante la inquietud de que su hijo llegase a ser marica. 

Les invito a conocer esta historia. En ella reconstruyo, por medio de relatos y collage, momentos de mi vida entrelazados con esa palabra que no acaba en el insulto y que hoy resignifico como arte viva.

© Fabián Bonilla

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