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VII VESTIDO DE TERCIOPELO

Año 2006:

—Es martes, hay mucho ruido, el reloj marca las doce: mi momento más esperado. Emprendo la huida: algo me espera en casa.

 

Hoy recuerdo la primera vez que visité mi jardín secreto: han pasado dos años. Cada vez que regresó a él evoco escenas lejanas y voy comprendiendo de qué se trata todo esto. Temo hablar y es aquí donde <<solo puedo ser como me gusta, y puedo hacer como me gusta. Afuera solo puedo ser como le gusta a las personas>>. El grito sigue atorado en mi garganta y la memoria escrita, hecha diario en 1996, me recuerda que, desde mis cuatro años, recojo las semillas que hoy siembro junto al grito que resuena en mí, ¿Qué me recuerda esta memoria? 

 

1996: Cada vez que están en la televisión parejas besándose Fabián empieza a reírse e imita esto mismo con el espejo…

 

—He aprendido a estar solo, me gusta estar solo. Solo, me refugio, en medio del ruido, a través de mi silencio con ese otro que me repite a través del espejo.

 

1996: la mamá lo regaña por estar jugando con muñecas, dice que ése es un juego de niñas y ella no quiere un hijo MARICA, ésa es su expresión…

—Con mis 14 años voy comprendiendo que, 10 años atrás: el espejo, las muñecas y los disfraces, querían decirme algo sobre aquello que intentaban prohibirme.

 

1996: Él suele colcarse un chiro en la cabeza y continuamente está jugando a que tiene el cabello largo.

—Por eso regreso una y otra vez, porque en este jadín hay un armario y un espejo: algo quieren revelarme.

En la habitación, seducido por la excitación de mi cuerpo que no solo emanaba erotismo y deseo, me desnudé frente al espejo y allí se fueron refugiando mis secretos. Aquel espejo estaba incoporado al armario del cual empecé a descolgar las prendas que me invitaron a danzar en mi primer encuentro con la estética travesti. Desde ese día, me atrapó la inquietud que puso en interrogatorio mi sexualidad: vinieron preguntas, sollozos y golpes de pecho; también impulsos a los que no podía renunciar. Mi soledad mutaba: encarnaba en la danza que me invitaba a interpretar cantantes, actrices, modelos y la figura de mi hermana, en su fiesta de quince años, vestida de terciopelo.

En aquella época el armario se convirtió en otro de mis cómplices. Pero, no para guardarme; para transportarme al mundo que me enseñó a danzar al compás de la polifonía de los grandes secretos. El armario con espejo, hizo de la habitación un lugar perfecto: un laberinto, un taller, un teatro, un laboratorio; un mundo paralelo al habituado por la escena familiar; uno donde un niño MARICA acariciaba sus penas, sus dolores y los disfrazaba para no renunciar a su curiosidad.  

Lo dije mucho antes, lo repito nuevamente: si el espejo hablara, si proyectara lo que sabe de ti y de mí, la narrativa que ocultan nuestras inseguridades, nuestros miedos, nuestros bailes, nuestros deseos, se abriría una dimensión de espejos habitada por yoes multiplicados. Y, ¿el armario? Si el armario hablara, se abrirían las puertas del laberinto en donde puedes hallar un vestido de terciopelo.

Tú, testigo tan implacable y fiel como la piedra al sol del mediodía,

búscame en algún sitio donde sea más fuerte que el sabor del tiempo,

Tráeme desde algún lugar donde las aguas del diluvio hayan bajado,

Y yo esté allí aún,

envuelta con el manto de los invulnerables

después de toda prueba.

(Espejos a Distancia -Fragmento- por: Olga Orozco)

© Fabián Bonilla

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